Por Cándido Moro
Para un culturista, ganar competiciones y ser famoso en el culturismo es su máximo sueño y éstos están dispuestos a sacrificar lo que sea necesario para conseguirlo. Y los culturistas en general tienden a ser extremistas en sus enfoques; a veces lo son incluso demasiado.
Hace unos pocos años se realizó en Estados Unidos una encuesta entre culturistas jóvenes a los que se preguntó si estarían dispuestos a ganar el Mr Olympia y hacer realidad su sueño, pero a cambio limitar su expectativa de vida a dos años más. En otras palabras, se les proponía ganar el título más importante del mundo, para morir dos años después. Y la sorpresa fue que el porcentaje de los que dijeron sí fue relativamente importante, cuando como es lógico nadie debería haber contestado afirmativamente a semejante locura. Pero hasta ese extremo llegan algunos.
Ni que decir tiene que ese es un ejemplo completamente extremista, pero no hay que olvidar que no son pocos los que son capaces de arriesgar bastante persiguiendo esos minutos efímeros de fama.
Cada uno ha de vivir su vida como le plazca y guiarse por sus propios valores y prioridades, pero a veces conviene un baño de sentido común y de reflexión tranquila acerca del verdadero valor de ciertos objetivos y, sobre todo, acerca de lo que se está dispuesto a dejar en el camino por alcanzarlos.
Todo lo bueno cuesta y cuanta mayor importancia y valor tenga un logro, más esfuerzo y dificultad debe tener alcanzarlo, eso es así y es bueno que lo sea, sin embargo, ¿vale la pena el precio que hay que pagar por algunas cosas?
El culturismo vivido con sensatez no priva de nada, bien al contrario permite saborear y vivir más y mejor la vida. Aunque casi todos comienzan acercándose a esta actividad física movidos por afanes estéticos, buscando transformar su cuerpo, la recompensa más importante que proporciona esta actividad es el reforzamiento de la salud, lo que se traduce en más energía, vigor, resistencia y al fin de cuentas en mayor expectativa de vida. Luego viene el apartado estético al que no hay que restarle importancia, porque cuando uno se siente en forma y con un buen cuerpo es evidente que se vive mejor, con mayor seguridad y satisfacción, o sea se puede ser más feliz. Por tanto, intrínsecamente el culturismo no resta, sino suma, no quita, sino aporta.
Llevar una dieta equilibrada es esencial para lograr modificar la composición corporal, pero también para tener una salud de hierro y vivir más.
Por tanto, incorporar el culturismo al estilo de vida no tiene per se nada negativo, sino cosas positivas, y cualquiera puede compaginar perfectamente el entrenamiento y unos hábitos sensibles de alimentación con llevar una vida plena en todos los sentidos, ahora bien, eso puede cambiar radicalmente cuando se adopta el enfoque de visión de túnel en busca de esos minutos de fama, hasta el punto de convertirse en una obsesión.
Competir es bueno, porque constituye un acicate para esforzarse más, para superar las propias limitaciones y por tanto para seguir avanzando, pero no debería convertirse en un fin único que pase por encima de todo. Competir en culturismo hoy día es duro y difícil porque el nivel es altísimo en cualquier evento y en todas las categorías, de manera que exige entrega, esfuerzo y sacrificios, lo cual también hay que mantener en su justa perspectiva. Por tanto, prepararse y participar en competiciones impone un peaje, pero éste no tiene necesariamente que ser tan alto como para que la vida se convierta en un infierno. Ya de por sí los rigores de la dieta y del entrenamiento antes de una competición son duros, y es habitual que los competidores pasen semanas sometidos a una tensión física y psíquica importante. Esa presión unida a los cambios humorales que produce la dieta restrictiva provoca con frecuencia cambios del carácter que pueden ocasionar fricciones con los amigos, la familia o en el trabajo.
Algunos en la persecución obsesiva de ese objetivo pueden arriesgar mucho más, como dejar de lado los amigos, perder el trabajo, romper con la pareja, desatender las obligaciones como padres o como hijos, y en el peor de los casos poner en peligro la salud por el uso de ciertas sustancias que supuestamente puedan ayudarle a ganar esa competición.
Diréis que mucha gente compite y no experimentan esos problemas, por supuesto, faltaría más, no obstante, me gustaría con la reflexión de estas líneas poner de manifiesto que en algunas ocasiones (y siempre son excesivas por pocas que sean) el precio que algunos llegan a pagar en busca que convertirse en vencedores de una competición, alzar un trofeo, o salir fotografiados en una revista, es excesivo por esos minutos de gloria.
Cuando os bajéis del escenario la vida no habrá cambiado sustancialmente y necesitaréis amigos, familia, pareja, trabajo y buena salud para llegar lejos. Existen miles de culturistas que en su momento fueron campeones o incluso multicampeones, ¿y qué? Tras bajar del escenario hay que enfrentarse al cada día, con sus responsabilidades y obligaciones. ¿Quién se acuerda de ellos hoy?
Y no olvidéis que a pesar de todo el esfuerzo, el éxito competitivo nunca está garantizado, por tanto podéis perfectamente bajaros del escenario siendo segundos, o quintos.
Cuantos antiguos campeones han arruinado sus vidas, o una buena parte de ella, o han degradado la calidad de ésta, por culpa de esa obsesión por vivir “sus minutos de gloria”. Con el transcurrir de los años se arrepienten del tiempo perdido o de los errores cometidos, pero nadie puede volver atrás.
Pero todos esos sinsabores son en ningún caso culpa del culturismo, sino de la obsesiva forma de verlo y de vivirlo de algunos, que son capaces de sacrificarlo todo por unos minutos de gloria efímera y pasajera.
¿Qué estáis dispuestos a perder por 5 minutos de gloria? Pensadlo dos veces, porque el tiempo perdido no podréis vivirlo de nuevo.
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sábado, 9 de abril de 2011
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